noviembre 20, 2007

Despedida


Lo supo: es momento de apagar las luces. Con un ligero desprendimiento de su aliento consumió el fuego que la había estado acompañando en esa despedida nocturna. Llegó la hora de doblar las sábanas, de abrir las ventanas, de recolectar las pertenencias e introducirlas en una cajita que después enterraría bajo la tierra. Agrupó los objetos en un mismo lugar, dobló la ropa y limpió los zapatos empolvados, lo más difícil fueron las almohadas, pues aún creía percibir el calor y la silueta de la cabeza marcada. El aire se le acababa con cada cosa que tocaba y por momentos sentía que otra vez no podría. Comenzó a llorar y bastó con echar un vistazo a la ventana para descubrir que afuera llovía, que unas nubes oscurísimas y frondosas se habían apoderado del cielo y que era tiempo de otoño, entonces lo confirmó: ya es hora; quedaba una vela por apagar y se resistía como se resiste un niño a enfrentarse por primera vez a una mirada desconocida, como se resiste el equilibrista a dejarse caer. En sus brazos comenzó a experimentar ese temblor ya tan conocido, ese por el que tantas veces renunció a las curaciones y las suturas, ese por el que decidió condenarse a sí misma a experimentar un dolor perpetuo de eterno retorno. Sin embargo en el fondo esta vez había algo diferente, el malestar era el mismo, incluso posiblemente más intenso; las lágrimas eran las mismas, el espacio igual pero en ella se había desarrollado algo como un nuevo instinto de sobrevivencia que en esta ocasión era inevitable escuchar, además del cansancio de haberse entregado por tanto tiempo a una alquimia absurda de la que sólo obtuvo mounstros de corazón necrotizado. Esta vez esas pequeñas cosas, pequeñas en comparación con su maldito apego y con el peso de la muerte, marcaban una diferencia infinita ante las demás. En su vientre sintió un impulso que tampoco era nuevo pero sí lo suficientemente fuerte como para no dar marcha atrás, esta vez no, y con un fuerte ciclo de respiración profundo puso fin a la flama de la última vela. Si-len-cio. Os-cu-ri-dad.
No existe una onomatopeya para representar el sonido de esa noche, después de la última vela se intensificó su ardor, sintió como si de repente le hubieran arrancado los brazos, como si en cuestión de segundos hubieran comenzado una serie de microinfartos que la impulsaron a correr desesperadamente hacia el espejo, necesitaba verse, gritarse para no dejarse ir. Se desplomó en su intento de reconocimiento y al tocar el suelo helado comenzó la asfixia. Abrió su garganta y por fin pudo expulsar un enorme grito, al principio solo le era posible articular una vocal y poco a poco su garganta se fue acomodando de tal manera que pudo pronunciar su propio nombre, y se llamó una y otra vez, sus gritos se fueron haciendo más profundos y descubrió que se había olvidado de cómo era su rostro, su olor y su cuerpo. Comenzó a llorar como nunca lo había hecho y se fue incorporando hasta estar completamente de pie. Despacio, muy despacio, a tientas encontró el espejo y gracias a una ligera luz que lograba penetrar por la ventana pudo encontrar sus ojos, esos que tampoco recordaba, y fue entonces que decidió decir la verdad, por primera vez en mucho tiempo había elegido dejar de mentir y sobre todo, dejar de mentirse. Necesitaba desbloquear su garganta infectada de tanta cobardía, se observó una vez más y ante la profundidad de su mirada se dijo aquello que tanto se había empeñado en negar: está muerto.


Imagen: Lylia Corneli


4 comentarios:

Vala Sailhin dijo...

Los equilibristas siempre quieren lanzarse, a lo que se resisten son a las mallas de protección. Y esperan siempre que sean removidas, llevadas a la lavandería o, simplemente, puestas al sol, para sin más lanzarse, por fin!!, ja!!... Te mando un beso linda. Por fin se escucha la canción!!

Samantha dijo...

Jejeje, interesante punto de vista el suyo reyna galáctica, pero imagínese el pobre ego de un equilibrista que cae... aunque creo que tiene toda la razón, en el fondo lo que quieren es desplomarse de una manera espectacular.
Gracias. Y sí, por fin suena la canción, y este sábado la escucharemos en vivo.
Saluud¡¡¡ por eso.
Besos hermosa.

Noemí Mejorada dijo...

Cual canción?? de que hablan???

:(

La despedida... triste pero... real. Aquí se está acabando el oxígeno y la luz, es momento de marchar lejos.

Vamonos... al cabo, ya está muerto...

Samantha dijo...

Rota hermosa, la canción que aparece debajo de mi perfil, El beso de Muerto, es la canción de la despedida, jejeje.
Y sí, vámonos de aquí, ya no hay luz, ya no hay árboles, mudémonos a una playa para que nuestro corazón haga una nueva fotosíntesis, ¿va?
Te quiero bonita.