mayo 28, 2008

Un refugio para besos viajeros y sin reloj...





Huían, ellos huían del frío, del calor, del dolor, de la costumbre y antes de llegar al refugio temporal estaba todo claro, tuvieron mucho tiempo para plantear la situación en la que se darían las circunstancias, por lo mismo habían postergado ese momento. Cada uno se protegía a sí mismo de las posibles consecuencias y también se cuidaban mutuamente. Ella temía porque conocía su gran capacidad de adhesión y porque después de lo que pasara entre ellos no tenía un suelo muy firme para aterrizar. Él tenía miedo porque a pesar de contar con un lugar seguro para tomar tierra, no le era suficiente, y para eso se necesitaban.

Llegaron a una esfera apartada de su mundo cotidiano, muy lejana y también muy hermosa; ella apretaba sus manos y hacía nudos su vestido, en el fondo una extraña emoción, que no se quería permitir abiertamente, le apretujaba el corazón. Él entró en un silencio profundo, sin embargo cada vez que la miraba dejaba ver mucha familiaridad e incluso ternura en sus ojos. Alguien abrió la puerta de esa esfera y se permitieron entrar suavemente, como prófugos que no quieren ser reconocidos, tenían un poco de resistencia más no la suficiente para renunciar, además a esas alturas ya era demasiado tarde.






Estando ahí, adentro, sin una sola ventana que los enlazara con el exterior, iniciaron un ritual de besos ladeados en los que sus cabezas se movían en direcciones opuestas, con mucha dulzura mientras ella inclinaba su cabeza hacia atrás, él le daba una serie de besos inclinados y directos en los que se mordisqueaban y se acariciaban levemente con la lengua. Se llenaron de caricias, de apretones, de besos nominales, besos distractores, de besos viajeros y sobre todo, de besos sin reloj, abrieron una dimensión en la que sus fantasmas y sobre todo, su realidad se había quedado flotando afuera, se crearon un mundito atemporal en el que no importaba nada más que sentirse, olerse, lamerse y dejarse derretir hasta plantar el beso definitivo que quedaría para el recuerdo.








Pasó esa noche, lentísima y espesa, durmieron agotados sabiendo que el amanecer les traería el golpe certero de la realidad. Y así fue, una alarma estridente rompió con el sueño profundo al que se habían entregado, era momento de partir, de salir de su burbuja, de abrir las ventanas y permitir sin resistencia que la verdad inundara la habitación, la cama y todo lo que efímeramente había sido para ellos. Ella, en un intento infantil por evadir lo que venía, trató de esconderse bajo las sábanas, sin embargo sabía perfectamente que el futuro era inevitable, había que regresar inmediatamente. Él sencillamente como soldado resignado a morir en la guerra, se puso en pie para iniciar el retorno.

El camino de regreso se caracterizó por un silencio extraño, de recuperación y de asimilación, a cada uno se le iban pegando sus propias sombras, sus cicatrices y sus huecos hasta volver a ser los mismos, pues no tenían otra opción. Ella se quedó en un lugar suave, sin embargo sus pies no se pegaban del todo al suelo; él siguió un camino largo pero conocido, tan conocido que hastiaba. Su despedida fue insustancial, ya no había nada qué decir.



Imágenes: Eugenio Recuenco

Dedicado a Félix, El Embajador de un país muy lejano al mío, con mucho cariño por compartir esa historia y dejarla en mis manos.

mayo 19, 2008

Animales Tristes...




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mayo 12, 2008

Maquillistas Profesionales









A ella le gustaba mucho encerrarlo en un frasco de cristal y hervirlo a “baño María” después da tanto tiempo se había hecho experta en técnicas de conservación; a él le gustaba someterla a cambios drásticos de temperatura, disfrutaba horneándola lentamente para después meterla en el refrigerador; ella lo maceraba, lo salpimentaba y lo espolvoreaba. Él la salaba, la endulzaba y la sancochaba, pero lo que más le gustaba era asarla y desvenarla. A ella le encantaba deshebrarlo o cernirlo, aunque también se excitaba capeándolo.

Se construyeron, se inventaron, se pusieron colores. Armaban planes y cuentos, se imaginaban, se visualizaban, se tejían, se hacían y se deshacían. Se cocinaban, se agregaban y se quitaban ingredientes, se enfriaban, se calentaban, se congelaban, se encerraban, se salían, volaban, aterrizaban, se mataban, se resucitaban, se tomaban de las manos, se descomponían y se reparaban.

Y no eran reales, nunca lo fueron.



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Imagen: Henrik Halvarsson

mayo 01, 2008

Relato de una Cebra Devorada




Entró por la puerta principal, sin permiso pero con el cinismo que caracteriza a los intrusos. Se metió intempestivamente, feroz como un león hambriento, tan seguro que ella no lo pudo detener. Lo dejó pasar hasta el fondo, hasta sus huesos.

Completamente ensangrentada ella necesitaba gritar que una bestia desconocida la estaba deshebrando pero no quería delatarlo, deseaba más. Ese animal conocía perfectamente las leyes de la cadena alimenticia y ella era la presa perfecta: vulnerable, un poco hostil y lo mejor de todo, con el corazón mirando hacia otro lugar.

Algo la detenía a dejarse partir en mil pedazos, quizás la culpa por permitir que un completo desconocido la devorara. Sin embargo, nunca nadie había intentado destazarle el cuerpo con tanto placer, ese placer que duele en las piernas y aunque trató de huir, con la poca fuerza que le quedaba, no pudo, el animal no se iría hasta saciar por completo su hambre; por lo que lo alimentó, sin amor, sin ternura, incluso con una pequeña dosis de odio, pero le dio de comer, asustada, enojada, pero también extasiada, tan satisfecha que reservaría ese gozo como un secreto que solo ella sabría, nadie más.






A la mañana siguiente era una cebra con el cuerpo completamente despedazado y él se había ido sigilosamente. Ella se fue reconstruyendo poco a poco hasta ponerse en pie para recapitular en su cabeza los hechos. Fue real, pasó y ahora con todo y la división que le implicó ese encuentro, quiere volver a verlo, a esa fiera salvaje que devora como ningún otro. Pero no sabe dónde encontrarlo, solo queda esperar, quizás con el tiempo él también quiera regresar, finalmente así son los animales indomables, siempre retornan cuando tienen hambre.
Imágenes: Nicolás Henri