diciembre 20, 2007

Las comisuras de mi boca...



Te encontré, no sabía que esa noche traía un regalo para mí. A pesar de los desmayos, las fracturas y los delirios, hoy puedo ver una luna hermosa detrás de mí y quiero cerrar un poco los ojos, abrir la ventana, cubrir mi corazón con una cobijita y permitir que suceda. No busco salir ilesa, me quedaré aunque ya haya tenido que limpiar las comisuras de mi boca…
Imagen: Ilona Wellmann

diciembre 13, 2007

Mi Tabú


Hay algo de lo que no quiero hablar
y no lo haré.
Me ha crecido un brazo nuevo
que tiene la habilidad
de agarrar mounstros,
alimentarlos y no dejarlos ir.
Lo cortaría porque duele
como un miembro fantasma invertido
pero no lo puedo ver dada su dudosa existencia.

Tengo frío, muchísimo frío y
quisiera que pudieras acercarte,
y pegar tu corazón a mi oído,
aunque seas uno de ellos.
Quisiera no tener que decir
que mi brazo-mounstro
se ha adherido a ti
con tanta fuerza
que toda yo he comenzado a deformarme.

Quisiera no tener que decirlo
y no lo haré,
aunque la verdad
comience a taladrarme la garganta
no lo diré, me quedaré callada
hasta que la noche,
con su insondable y frígida luz
me cubra por completo.
Hasta que mi tercer brazo, invisible aun
termine por abrazarte tan fuerte
que incorporaré dentro de mí
tu cuerpo real
y te transformaré en fantasma.
Imagen: Lylia Corneli

diciembre 11, 2007

Carta de una maleta con cadáver dentro...


Tú, quienquiera que seas leé esto y búscame:

Antes estaba vacía, no había nada en mi interior hasta que tus manos grandes guiadas por un deseo inapagable de venganza, introdujeron dentro de mí un cuerpo azul, me dejaste en una estación de tren, con su cuerpo comprimido aun caliente, tan rojo y tan morado que la mezcla extraña de materias brutalmente fusionadas formaban un hermoso cielo atestado de eclipses.
¿Sabes que pasó? me descubrieron, alguien atraído por mi inmensa soledad se acercó a mí y se percató del ligero goteo de sangre que en realidad era la señal que denunciaba su muerte. Bastó con tocarme para descubrir que en mi interior estaba ella, la que me imagino tiempo atrás te hizo mucho daño.

¿Te acuerdas de hace cuatro años?

¿De quién era ese cadáver? Si la hubieras tocado, si la hubieras visto, sin pertenencias y sin nombre, adentro de mí, cortada en pedacitos, te hubieras dejado llevar, como muchos lo hicieron por la fascinación de ese cuerpo abismal infinitamente hermoso y maligno, te habrías perdido en su oscuridad, esa de la que creíste que podías huir y por la que preferiste entregarte a un sacrificio de heridas al descubierto. Te aseguro que la culpa le permitiría a tu canibalismo surgir y disfrutarías al destazar con los dientes, no con un arma blanca, los restos de ese cuerpo. Aunque lo único que se necesita es que contribuyas reconociéndola, diciendo su nombre y viniendo por mí.

Me dejaste sola, completamente sola y aterrada en un lugar oscuro y te pido por favor que vengas por mí, que digas su nombre, que cuentes la historia, será la única manera de comprender las razones por las que decidiste acabar con su existencia de esa manera, es importante saber qué fue lo que pasó hace cuatro años, cuanto daño pudo haberte hecho para que tú saciaras tu venganza transformando su cuerpo en una masa deforme y, sobre todo, será la única condición para que su muerte deje de ir a visitarte todos los días, tú la has de mirar recostado, intentando estar a su lado a pesar de que creías que serruchando sus huesos acabarías con un vacío inexplicablemente doloroso al que finalmente, estés donde estés, dudo mucho que hayas logrado poner fin.
Imagen: Jenny Saville

diciembre 02, 2007

La negociación


Mírame, tengo un carruaje lleno de corazones estrechos, te lo doy
Imagen: Oleg Duryagin

noviembre 25, 2007

Los ojos del corazón




Faltaba algo, a Inés siempre le faltaba algo. Pasaba sentada muchas noches esperando, ya no le importaba que sonara o no el teléfono, ya no le interesaba el timbre de la puerta, sencillamente se trataba de la espera, esa espera espesa que comenzaba a colgársele de los hombros y la iba aplastando hasta contracturar su espalda media, doblegándole la columna vertebral hacia su mínima expresión. Se sentía como un ovillo de hilo tembloroso, como un capullo que encierra una mariposa sin alas. Y lo que sucedía era muy sencillo: un puente jamás es unilateral y ella comenzaba a sentirse cansada de tanto estirar sus manos.

Los puentes

Hay muchos tipos de puentes, Inés prefería aquellos que se forman al unir una semilla de Sésamo con un granito de Arroz, cuando un hombre y una mujer se abrazan con tanta fuerza que sus brazos y muslos están enroscados en suave fricción. Inés se emocionaba con aquellos puentes que se forman al unir Leche con Agua: cuando dos amantes se aman con violencia y sin miedo al dolor, como si desearan penetrar en el cuerpo del otro, abandonados. Y también optaba por aquellos puentes que inician en la pupila de uno para terminar en la pupila del otro, aquellos que inician en la mano de uno y terminan con la mano del otro, intercambiando luz, abriendo convexidades en una superficie lineal, transformando los días y las noches en hermosos caleidoscopios, en dientes de león. Sin embargo esto no era posible para Inés, pues Pablo, su gran amor, tenía aún muchos puentes del pasado qué reacomodar para poder abrir nuevos enlaces con ella.

El cuerpo de Pablo

Desde la primera vez que Inés conoció el cuerpo desnudo de Pablo supo que él encerraba mucho dolor, sus omoplatos hechos nudo, sus hombros endurecidos como piedras, la gran cantidad de cicatrices solo reflejaban sufrimiento añejo encerrado quien sabe por cuanto tiempo allí. Inés pasaba largo tiempo llenándolo de caricias reparadoras, de besos reconfortantes, ella pensaba que insertando sensaciones placenteras en el cuerpo de su amado podría abrir nuevas conexiones, nuevas dimensiones en su memoria corporal y por ende, en la memoria de su alma. Pero Pablo era impenetrable, las caricias de Inés no lograban traspasar ni un ápice hacia el interior de su corazón y sobre todo, Pablo no estaba listo para gritar, ni para vomitar, ni mucho menos para dejarse caer ante un nuevo indicio de amor. Él no lo sabía, pero aun se resistía a volver a empezar.

La sala de espera

Inés escuchaba el tic-tac del reloj, sentada en una silla incómoda, se hacía miles de preguntas que desgraciadamante nadie podía contestar, se comenzaba a sentir sola y fue cuando tomó una decisión muy a pesar del dolor que esta implicaba, decidió abrir su corazón y dejarse volar, tomó una hoja de papel y escribió a Pablo la siguiente nota:

Amor:

Es posible que aún existan puentes que te enlazan hacia otro punto en el que, claro está, no existo yo; es posible que tu historia sea muy dolorosa y que por eso me tengas miedo, es posible, incluso, que simplemente no me quieras, por eso hoy te lo digo: te invito, yo estiro mi mano, sin embargo,si tú no le das el lugar que le corresponde a todo lo que llegó antes que yo, los ojos de tu corazón jamás podrán mirarme, y yo, renuncio a quedarme en la antesala de tu vida.




Si supieras cuanto te amo...



Inés



Inés se entregó a esa nota de una manera catártica y al finalizarla comprendió que debía irse, que esa sensación de incertidumbre era porque aun, después de tanto tiempo compartido con él, no había logrado ni siquiera acariciar el interior de Pablo. Entonces hizo una maleta pequeñita, con las cosas suficientes para sobrevivir y abandonó ese lugar frío y pálido como una sala de espera.









Imágenes: Eugenio Recuenco

noviembre 20, 2007

Despedida


Lo supo: es momento de apagar las luces. Con un ligero desprendimiento de su aliento consumió el fuego que la había estado acompañando en esa despedida nocturna. Llegó la hora de doblar las sábanas, de abrir las ventanas, de recolectar las pertenencias e introducirlas en una cajita que después enterraría bajo la tierra. Agrupó los objetos en un mismo lugar, dobló la ropa y limpió los zapatos empolvados, lo más difícil fueron las almohadas, pues aún creía percibir el calor y la silueta de la cabeza marcada. El aire se le acababa con cada cosa que tocaba y por momentos sentía que otra vez no podría. Comenzó a llorar y bastó con echar un vistazo a la ventana para descubrir que afuera llovía, que unas nubes oscurísimas y frondosas se habían apoderado del cielo y que era tiempo de otoño, entonces lo confirmó: ya es hora; quedaba una vela por apagar y se resistía como se resiste un niño a enfrentarse por primera vez a una mirada desconocida, como se resiste el equilibrista a dejarse caer. En sus brazos comenzó a experimentar ese temblor ya tan conocido, ese por el que tantas veces renunció a las curaciones y las suturas, ese por el que decidió condenarse a sí misma a experimentar un dolor perpetuo de eterno retorno. Sin embargo en el fondo esta vez había algo diferente, el malestar era el mismo, incluso posiblemente más intenso; las lágrimas eran las mismas, el espacio igual pero en ella se había desarrollado algo como un nuevo instinto de sobrevivencia que en esta ocasión era inevitable escuchar, además del cansancio de haberse entregado por tanto tiempo a una alquimia absurda de la que sólo obtuvo mounstros de corazón necrotizado. Esta vez esas pequeñas cosas, pequeñas en comparación con su maldito apego y con el peso de la muerte, marcaban una diferencia infinita ante las demás. En su vientre sintió un impulso que tampoco era nuevo pero sí lo suficientemente fuerte como para no dar marcha atrás, esta vez no, y con un fuerte ciclo de respiración profundo puso fin a la flama de la última vela. Si-len-cio. Os-cu-ri-dad.
No existe una onomatopeya para representar el sonido de esa noche, después de la última vela se intensificó su ardor, sintió como si de repente le hubieran arrancado los brazos, como si en cuestión de segundos hubieran comenzado una serie de microinfartos que la impulsaron a correr desesperadamente hacia el espejo, necesitaba verse, gritarse para no dejarse ir. Se desplomó en su intento de reconocimiento y al tocar el suelo helado comenzó la asfixia. Abrió su garganta y por fin pudo expulsar un enorme grito, al principio solo le era posible articular una vocal y poco a poco su garganta se fue acomodando de tal manera que pudo pronunciar su propio nombre, y se llamó una y otra vez, sus gritos se fueron haciendo más profundos y descubrió que se había olvidado de cómo era su rostro, su olor y su cuerpo. Comenzó a llorar como nunca lo había hecho y se fue incorporando hasta estar completamente de pie. Despacio, muy despacio, a tientas encontró el espejo y gracias a una ligera luz que lograba penetrar por la ventana pudo encontrar sus ojos, esos que tampoco recordaba, y fue entonces que decidió decir la verdad, por primera vez en mucho tiempo había elegido dejar de mentir y sobre todo, dejar de mentirse. Necesitaba desbloquear su garganta infectada de tanta cobardía, se observó una vez más y ante la profundidad de su mirada se dijo aquello que tanto se había empeñado en negar: está muerto.


Imagen: Lylia Corneli


noviembre 11, 2007

Beneath The Rose




You will be cry, queen you have find love...

Ley del mordisco amoroso

“Todas las partes del cuerpo que pueden besarse, pueden también morderse, a excepción del labio superior, el interior de la boca y los ojos”…

Ley del Mordisco Amoroso en el Kama Sutra

Paradita, paradita, así, paradita- le decía él mientras la tomaba por la cadera y le mordía la espalda, incertándole los dientes hasta transformar su piel en un cielo plagado de nubes quebradas.- Paradita chiquita, no te muevas- le seguía diciendo mientras con sus grandes manos le apretaba la cadera y la acercaba hacia sí, restregándola contra él. Mientras, ella se miraba al espejo y obserbava la imagen: él detrás de ella, embarrándose sus glúteos en la pelvis, mordiéndola; ella semidesnuda, veía como sus pechos colgaban de manera natural por la postura en la que estaban, y sentía, sentía ese dolor en los ovarios, comenzaba a gemir involuntariamente, el aire se iba. Él ahora, con una mano la empujaba presionándola del bajo vientre hacia su cuerpo y con la otra enredaba los dedos entre el cabello de ella y comenzaba a jalarlo entre tironcitos suaves y contundentes. Ella, no podía más, se desvanecía entre esas sensaciones, sentía que moriría- Ya es hora chiquita, no puedo más- le dijo, y mientras, bajaba el cierre de su pantalón para sacar un pene hermoso, moreno y grande que dejaba ver un lunar perfecto en su base. Comenzó a untarlo entre los glúteos de ella, que aún no se había quitado las pantaletas- Ven chiquita, te quiero ya, paradita, me gustas paradita no te muevas- le decía al oído. Mientras ella, pasaba una de sus manos entre las piernas de ambos hasta llegar a los testículos de su hombre para acariciarlos de atrás hacia delante, y cada vez que él sentía esa caricia abría la boca y desvanecía su cabeza gimiendo ahogadamente. Él, en un lapso de recuperación y fortaleza arrancó de un tiro las pantaletas de su compañera, miró detenidamente entre las pompis de ella una vulva perfectamente hinchada para introducir su bello pene en una vagina igualmente hermosa, rosada y completamente mojada. Él comenzaba una danza de ritmo constante, parpadeante, apretándola cada vez más de las caderas, detrás de ella, encajándole las uñas, marcando su piel de medias lunas, gimiendo como un león que está dispuesto a todo. Ella sentía que se le iba la vida, atravesada, equilibrando con todas sus fuerzas el peso de ambos entre sus rodillas y sus manos.
-¡Espera¡- articuló débilmente ella- quiero verte, quiero mirar tus ojos, quiero ver la ventana por la que se me puede ir el alma-.
Entonces cambió bruscamente de postura y se acostó frente a él
–Ven- le dijo imperantemente- te quiero cerquita, quiero sentir tu corazón-.
Él acudió al encuentro y comenzó a besarle compulsivamente todo el cuerpo con los labios, después con la lengua hasta que los dientes aparecieron una vez más para llenarla de mordiscos amorosos, mordiscos ocultos, mordiscos hinchados, mordiscos silenciosos, mordiscos desesperados, mordiscos con labios y con dientes, salubres, tóxicos, agridulces, desconfiados, tibios o mojados. Entonces, él se transformó en un jabalí y comenzó a dejarle marcas que alternanaban con sus dientes y trozos de piel enrojecida. Pero ella, que estaba tendida debajo de él, colocó un pie en el hombro de su amante, permitiendo con esto una nueva y maravillosa penetración, estirando la otra pierna sobre el lecho parecía una preciosa rama de bambú con una enorme hendidura que él disfrutaba casi hipnotizado. Ambos se gozaban, como se gozaban hasta explotar como dos cometas que han decidido lanzarce al vacío.
Unos minutos después ella lo acariciaba tiernamente con las yemas de sus dedos, había tanto silencio en la habitación que se podía escuchar el rozar de sus yemas con la piel de su hombre, permanecían callados hasta que él rompió el silencio…
-Va a doler- dijo
-¿Qué?- preguntó ella
-Esto va a doler cuando termine- respondió- y ya no hay retorno.


Imagen: Will Santillo

noviembre 07, 2007

What´s a Girls To Do?

Bat for Lashes

El depredador interno



Esta lágrima no es capaz de contener el dolor de mis riñones.


Sé que tengo que partir,


esta noche moriré degollada,


sin embargo no perderé mis ovarios de diesiocho centímetros.





La distancia que me separa de ti se puede medir


con la huella dactilar de cualquiera de tus dedos.


Renuncio a la libertad de tu cuerpo:


depredador silencioso con el que me convierto


en mariposa volando en un aire ciego.





Este grito no es una maleta,


no cabe en él mi muerte


ni la fuga espesa de mis muslos aterrados.


Abrí tu puerta oscura,


descubrí mi cuerpo agonizante,


mi luna conectada a un respirador artificial.





Sé que tengo que partir,


esta noche moriré asfixiada,


sin embargo no perderé la llave


que nunca dejará de gotear la ley eterna


que rige sobre esta historia:


si bien puedo hacer que tu maldad retroceda,


no es posible eliminarte para siempre.


Volverás.





Imagen: Lylia Corneli


noviembre 05, 2007

Reinsidente


Regresé, regresé y me tuve que dividir, el don de la ubicuidad es tan fácil de adquirir cuando se trata de autodestrucción, porque siempre hay una parte que se resiste a entregarse por completo a esa enfermedad. Regresé, fallé, lo sé y ahora estoy disociada, no es posible acudir enterita al matadero.

Imagen: Lylia Corneli



octubre 28, 2007

Los Mapas (La Conclusión)

...Hay una bolsita en mi vientre en la que guardo un tiempo, un espacio, un universo. Los cuatro estados físicos de nuestro vínculo, las dos polaridades de esa línea en la que tanto tiempo caminamos, yo desde la locura; tú desde la mimetización.






Y mira, tú lo sabes perfectamente, si unes tu mano con la mía se abre todo un mapa en el que podemos visualizar nuestros caminos, nuestras montañas, nuestra hidrografía. Podemos comprender el territorio que por tanto tiempo estuvimos habitando, podemos ver mariposas brotar de nuestras palmas, podemos mirar el efecto del infinito, como poner un espejo frente a otro, podemos ir y venir. Pero sobre todo amor, podemos contemplar las grietas, los pantanos y la larguísima secuencia de tormentas, incendios y epicentros que nos llevaron a cada uno a quedarse tan solo con la mitad de un territorio en contingencia ambiental. Si unes tu mano con la mía se avivarán los recuerdos que hasta este momento se han quedado sin casa, desterrados y extranjeros. Si unes tu mano con la mía lo más probable es que tan solo se trate de un esfuerzo absurdo por revivir un muerto que ha sufrido un terrible paro cardiaco irreversible a cualquier maniobra de resucitación.



Imagen: Ira Bordo




octubre 24, 2007

Los Mapas (Continuación)

...Esa maldita bolsa, alguna vez un recuerdo plateado no paraba de gritar y de repente salió flotando lentamente con sus ojitos cerrados, me pedía que lo dejara salir y por más que le explicaba no entendía razones, le exigí que me mirara a los ojos y cuando los abrió supe porque era plateado: era un recuerdo nocturno.





Lo confieso: una vez por descuido, alguno que otro recuerdo se salió de su atmósfera protectora sin que yo me diera cuenta y murió; peor aún, alguna vez permití con clara intención de berrinche que salieran directito a la muerte, sin embargo, al ver su cara de agonía y sus temblores como peces fuera del agua, me era imposible fingir demencia y entonces corría como corre un paramédico a dar respiración de boca a boca, arrepentida, enternecida y furiosa, para ellos era una heroína; para mí era una cobarde idiota incapaz de recomenzar. También he de confesar que al principio intenté de todo para mantenerlos con vida, compré una pecera altamente equipada para que nadaran pero ellos no son seres acuáticos, compré cubre bocas y máscaras de oxígeno, pero ese tampoco era el problema, el problema es que ya no pertenecían a este mundo, ya no encajaban en mi presente, y sobre todo, ya no estabas tú.



Imagen: Ira Bordo

octubre 19, 2007

Los Mapas (Primera Parte)

Hay una bolsita en mi vientre en la que guardo la cuarta parte de mi vida, toda una historia está encerrada allí, tan frágil, tan lánguida que de vez en cuando salen los recuerdos corriendo por la habitación, despavoridos, como entes invocados por una espiritista. Cada vez que esto sucede siento una enorme tristeza al contemplar su rostro de espanto y desubicación, ellos saben perfectamente que ya no pertenecen a este mundo, que ahora, para mi desgracia y la tuya, han pasado a formar parte de una cuarta dimensión a la que solo se tiene acceso a través del libro de las mutaciones o de nuestras manos unidas; juntas forman un mapa, ¿lo sabías? Y lo importante de este mapa no es la ubicación mediante los puntos cardinales, ni los caminos, ni los lugares, sino el desdoblamiento de puentes en los que es posible unir y contemplar el presente, el pasado y el futuro en un mismo instante. Lo importante de ese mapa, no son los nombres, sino los espejos, los laberintos y las rutas alternas.



Hay una bolsita en mi vientre en la que guardo la mitad de nuestra historia, desde hace un tiempo se convirtió en mi cementerio, aunque no es muy apropiado este concepto pues lo que en ella guardo aún sigue vivo, entonces más bien podría decir que es un refugio para entidades a destiempo y a desespacio. Me conmueve terriblemente ver recuerdos salir y percibir como les va faltando el aire y como sus delgadas piernas comienzan a debilitarse hasta que ya no pueden mantenerse en pie, entonces tengo que apresurarme a introducirlos una vez más en esa bolsa, en ese espacio anacrónico en el que pueden seguir existiendo, ellos saben que no pueden estar aquí, este ya no es su mundo, habría que mantener abierto el I Chin en el hexagrama de La duración, tendríamos que dejarles señales y conseguirles una especie de traje de astronauta para que pudieran ir y venir de un tiempo a otro sin perderse, tendríamos que volver a unir nuestras manos para que pudieran correr libremente.

Imagen: Ira Bordo

octubre 18, 2007

La última nube hasta hoy...


Mirando los estragos de la humedad que muy lentamente penetró por las paredes, acaricié suavemente la ventana, que en ese momento me reflejaba la única parte de mi cuerpo que había salido ilesa, lo confieso: la quise romper para mirar como lo único intacto también puede desmoronarse; una cruel tentación tan latente como el reventar de una burbuja flotando en el aire. Finalmente habría que empezar de nuevo, regresar y ni siquiera al principio, ojala eso fuera posible, sino regresar a un punto tan irreal, tan abstracto que no resulta fácil de encontrar.
Mientras llueve afuera y esto comienza a inundarse, comprendo que aunque hoy no es el mejor momento para partir, lo tendré que hacer más pronto de lo que creí. Lo que voy a decir suena trágico, lo sé, pero no tengo a donde ir. Sin embargo, aunque esta realidad me duele y me embriaga de pánico, también hay un deseo inmenso de hacer maletas, quemar basura y dejar un lugar deshabitado. Hubiera deseado y no sabes cuanto, que este momento se postergara, pues aun no estoy del todo segura de no querer retornar una vez más, como ha sido mi costumbre en los últimos años, pero después de todo tanta agua ya comenzaba a incomodarme, detesto las goteras y si hay una fuerza infalible para mover mis piernas, es el hastío.
Si bien es cierto que en tiempos de lluvias no es conveniente hacer mudanzas, también es verdad que hay tormentas que nos obligan a huir, a dejarlo todo antes de morir ahogado y yo sé que si me quedo más tiempo mis huesos comenzarán a deshacerse haciendo una triste analogía de lo que creí que era mi casa, esa casa que habité en los últimos tiempos, aferrada como una ventosa, la casa que cubrió mi corazón en medio de un bosque oscuro, la casa que armé ingenuamente y que hoy se desbarata por completo, inundada.
Ahora por fin estoy cansada de tapar agujeros en el techo, de sacar a cubetazos el agua que lo único que hace es indicarme el terrible peligro que corro si me quedo. Ahora es tiempo de salir al bosque que tanto miedo me daba.
Gracias por ser una de las nubes más importantes de esta última tormenta, gracias por el agua que empapó mi cuerpo, gracias por demostrarme que mi “casa” estaba hecha de mentiras y que en realidad los mounstros de los que me escondía podrían haber entrado cuando les diera la gana, bastaba con empujar un poquito para deshacer mi refugio, bastaba, como lo hiciste tu, con abrir la puerta y salir para darse cuenta de la fragilidad estoica con que me protegía, no de ti, ni de eso, ni de ellos, sino de las pruebas, las vueltas y las caídas que irremediablemente me muestran de qué está hecha mi estructura, dónde había estado parada y todo lo que queda por reconstruir.
Imagen: Lung Liu

octubre 16, 2007

Tiempo de lluvias


"En tiempo de lluvias no es conveniente hacer mudanzas"