
Cada vez que abría el refrigerador lo veía, todas las noches estaba ahí, congelado, con la cara totalmente maligna y petrificada. Se burlaba de ella, que espantada, cerraba con un portazo el aparato y salía corriendo de la cocina tratando de convencerse de que no era real lo que había visto. Sin embargo a la noche siguiente volvía a suceder, ella confiada abría el refrigerador para sacar algún alimento y él estaba ahí, mirándola en silencio con ojos escrutadores y burlezcos. Ella lloraba cada vez que lo veía, se paralizaba de miedo y utilizaba toda una serie de recursos para huir de ese mounstrito impactante que no se atrevía a tocar ni a sacar de ahí.
Él era un mounstrito que ignoraba su origen, un día apareció de la nada dentro del refrigerardor de una mujer a la que disfrutaba torturar con su imagen, nadie le había dado semejante consigna, sin embargo, en cuanto ella abría el refrigerador, automáticamente se disparaba en él un instinto perverso que lo impulsaba a asustarla, pero cuando se percataba de su reacción y de la cara de sufrimiento que ella mostraba, se arrepentía terriblemente.
Ninguno de los dos entendía la existencia del otro, cada noche sucedía lo mismo, ella abría el frigorífico y él la asustaba; hasta que de repente, sin darse cuenta, habían construido una rutina de espanto y reparación de la que cada vez eran más dependientes, tanto, que cada uno esperaba el momento del día en el que sus caras se topaban para después separarse súbitamente.
Hasta que un día ella decidió romper con esa cadena de encuentros y desencuentros, pues estaba comenzando a angustiarse por el lejano contacto con ese ser que la atormentaba y que al mismo tiempo, por una extraña razón, estaba comenzando a necesitar. Ella se preguntaba acerca del origen de esa criatura espantosa, se cuestionaba acerca de sí misma y del miedo que experimentaba al verlo; no encontraba respuesta alguna, la única certeza que tenía era la de saber que estaba dispuesta a enfrentarlo. Por lo que una noche, de ésas en las que el insomnio se hace presente, decidió levantarse y sacarlo de la nevera, tomarlo entre sus manos y acariciarlo suavemente hasta descongelarlo, pero al momento de abrir el refrigerador se dio cuenta de que él se había esfumado, lo buscó desesperadamente, sacó los jitomates, las fresas, la carne y nada, no encontró un solo rastro, él había desaparecido. Se quedó pasmada ante semejante revelación y hasta la fecha no está del todo segura de la existencia de ese mounstro con el que, a pesar de todo, tantas noches se sintió acompañada.
En cuanto a él, nadie lo ha vuelto a ver porque nadie sabe que ahora duerme tranquilamente en el refrigerador interno de ella y que está dispuesto a despertar cada vez que sea necesario, cada vez que haya que enfrentar noches de insomnio y días amarillentos de desolación.
Imágen: Henryk Alvarson